viernes, 29 de marzo de 2019

APRENDAMOS A DAR HASTA QUE DUELA


El siguiente es el relato verídico de un hombre llamado Víctor. Al cabo
de varios meses de encontrarse sin trabajo, se vio obligado a recurrir a
la mendicidad para sobrevivir, cosa que detestaba profundamente.

Una fría tarde de invierno se encontraba en las inmediaciones de un
club privado cuando observó a un hombre y su esposa que entraban al
mismo.

Víctor le pidio al hombre unas monedas para poder comprarse algo de
comer.


Lo siento, amigo, pero no tengo nada de cambio -replicó éste. La mujer,
que oyó la conversación, preguntó:

¿Qué quería ese pobre hombre?

Dinero para una comida. Dijo que tenía hambre -respondió su marido.

Lorenzo, no podemos entrar a comer una comida suntuosa que no

necesitamos y ¡Dejar a un hombre hambriento aquí afuera!

Hoy en día hay un mendigo en cada esquina! Seguro que quiere el
dinero para beber.

¡Yo tengo un poco de cambio! Le daré algo.

Aunque Víctor estaba de espaldas a ellos, oyó todo lo que dijeron,
avergonzado, quería alejarse corriendo de allí, pero en ese momento
oyó la amable voz de la mujer que le decía:

Aquí tiene unas monedas. Consígase algo de comer, aunque la situación
está difícil, no pierda las esperanzas. En alguna parte hay un empleo
para usted. Espero que pronto lo encuentre.

¡Muchas gracias, señora! Me ha dado usted ocasión de comenzar de
nuevo y me ha ayudado a cobrar ánimo. Jamás olvidaré su gentileza.

Estará usted comiendo El Pan de Cristo! Compártalo -dijo ella con una
cálida sonrisa dirigida más bien a un hombre y no a un mendigo.

Víctor sintió como si una descarga eléctrica le recorriera el cuerpo,
encontró un lugar barato donde comer, gastó la mitad de lo que la
señora le había dado y resolvío guardar lo que le sobraba para otro
día, comería el pan de Cristo dos días. Una vez más,
aquella descarga eléctrica corría por su interior. ¡El Pan de Cristo!

¡Un momento! -pensó-. No puedo guardarme el pan de Cristo

solamente para mí mismo. Le parecía estar escuchando el eco de un
viejo himno que había aprendido en la escuela dominical. En ese
momento pasó a su lado un anciano.

Quizás ese pobre anciano tenga hambre -pensó-. Tengo que compartir
el pan de Cristo.

Oiga -exclamó Víctor-. ¿Le gustaría entrar y comerse una buena
comida? El viejo se dio vuelta y lo miró con descreimiento.

¿Habla usted en serio, amigo? El hombre no daba crédito a su buena
fortuna hasta que se sentó a una mesa cubierta con un hule y le
pusieron delante un plato de guiso caliente.

Durante la cena, Víctor notó que el hombre envolvía un pedazo de pan
en su servilleta de papel

¿Está guardando un poco para mañana? -le preguntó.

No, no. Es que hay un chico que conozco por donde suelo frecuentar, la
ha pasado mal últimamente y estaba llorando cuando lo dejé,

tenía hambre. Le voy a llevar el pan.

- El Pan de Cristo!. Recordó recordó nuevamente las palabras de la
mujer y tuvo la extraña sensación de que había un tercer Convidado
sentado a aquella mesa.

A lo lejos las campanas de una iglesia parecían entonar a los dos el
viejo himno que le había sonado antes en la cabeza.

Los dos hombres llevaron el pan al niño hambriento, que comenzó a
engullírselo. De golpe se detuvo y llamó a un perro, un perro perdido y
asustado.

- Aquí tienes,perrito. Te doy la mitad -dijo el niño.

El Pan de Cristo alcanzará también para ti.

El niño había cambiado totalmente de semblante. Se puso de pie y
comenzó a vender el periódico con entusiasmo.

- Hasta luego -dijo Víctor al viejo-. En alguna parte hay un empleo para
usted. Pronto dará con el. No desespere.

- ¿Sabe? -su voz se tornó en un susurró-. Esto que hemos comido es el
Pan de Cristo. Una señora me lo dijo cuando me dio aquellas monedas
para comprarlo. El futuro nos deparará algo bueno!

Al alejarse el viejo, Víctor se dio vuelta y se encontró con el perro que
le olfateaba la pierna. Se agachó para acariciarlo y descubrió que tenía
un collar que llevaba grabado el nombre del dueño. Víctor recorrió el
largo camino hasta la casa del dueño del
perro y llamó a la puerta.

Al salir éste y ver que había encontrado a su perro, se puso
contentísimo, de golpe la expresión de su rostro se tornó seria.

Estaba por reprocharle a Víctor que seguramente había robado el perro
para cobrar la recompensa, pero no lo hizo, Víctor ostentaba un cierto
aire de dignidad que lo detuvo.

En cambio dijo:

En el periódico vespertino de ayer ofrecí una recompensa. ¡Aquí tiene!

Víctor miró el billete medio aturdido y dijo quedamente:

-No puedo aceptarlo Solo quería hacerle un bien al perro.

Téngalo! Para mi lo que usted hizo vale mucho más que eso, le
interesará un empleo?

Venga a mi oficina mañana, me hace mucha falta una persona íntegra
como usted.

Al volver a emprender Víctor la caminata por la avenida, aquel viejo
himno que recordaba de su niñez volvió a sonarle en el alma, se

titulaba:

'Parte el Pan de Vida'...

'NO OS CANSEIS DE DAR, PERO NO DEIS LAS SOBRAS, DAD HASTA
SENTIRLO, HASTA QUE DUELA'. QUE EL SEÑOR NOS CONCEDA LA
GRACIA DE NUESTRA CRUZ Y SEGUIRLO, AUNQUE DUELA. 

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